Ventanas abiertas

“Pasar de largo ante las ventanas abiertas”. Esta frase cobró mucho sentido hace años.

No todos fueron buenos momentos, no todo eran sonrisas, aunque su rostro en fotos pintaba alegre.

Durante casi tres años, fue complicado pasar de largo ante la ventana abierta en aquel castillo. Esa princesa del siglo XXI, vivía una tormentosa historia de amor y dolor constante, y mil veces se hubiera arrojado sin pensarlo.

Si bien es cierto que nunca lo hizo, pues cuando se asomaba, o surcaba una mariposa o se posaba un mirlo cantor, que le hacían sorprenderse ante las cosas bellas de la vida.

Pero al caer la noche, volvían sus pesadillas, los fantasmas salían de debajo de la cama, o atravesaban las paredes corriendo tras ella por el pasillo.

Aprendió a vivir bajo una máscara que ocultaba su dolor ante los demás. Y aunque muchas veces quiso gritar, siempre estaba esa mirada que la vigilaba amenazante, sin que el resto lo apreciase.

Sola ante semejante monstruo, sin saber cómo salir, pasó mil veces por delante de las ventanas abiertas, hasta que un buen día de primavera, no encontró al mirlo, ni a la mariposa, sino a él.

Asomado hacia el jardín de la comunidad vecinal, gritó a un muchacho que jugaba con su perro: Como se cague al lado del seto te lo hago recoger con la boca niñato.

Diana se acercó a mirar, pero al ver como Pedro inclinaba medio cuerpo fuera de la ventana, aprovecho para empujarlo, con tal suerte, que todos sus miedos y fantasmas desaparecieron en ese instante.

¡Justicia! Gritó para sus adentros. Paso el tiempo. Nadie dijo nada.

“Fue un accidente”, comentó el único testigo que estaba en el jardín.

 Y así fue, que Diana pasó otros mil días más por delante de las ventanas abiertas. Esta vez sin máscaras, esta vez sin dolor, esta vez sin miedo.

Depressed sad young woman at home face down in the city. Double exposure
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